TAREAS SÍ, PERO NO ASÍ



By Jaider Espinosa Estudiante de la Maestría en Innovación Educativa. 

Este proyecto se desarrolla en una institución educativa pública, grande y de gran prestigio en un municipio del norte del Valle del Cauca. Con más de 100 años de historia, esta institución es un emblema para la región, reconocida por haber formado a figuras importantes y, más recientemente, por su vocación deportiva y sus logros en campeonatos nacionales y regionales.

La sede principal, con una matrícula de más de mil estudiantes, alberga a los alumnos de 6° a 11°. Específicamente, los estudiantes de grado undécimo son el foco de este proyecto, ya que en este grupo se ha identificado una marcada apatía hacia las tareas académicas. A pesar de contar con amplias instalaciones y un cuerpo docente de más de 80 profesionales, esta problemática aparece, afectando su desempeño y su preparación para el futuro. El desafío es transformar esta situación, aprovechando los recursos y la historia de la institución para revitalizar el interés por el aprendizaje.

En el proceso de innovación educativa se elaboraron interrogantes relacionados con lo que sienten los estudiantes al momento de que se le dejan tareas en las asignaturas del colegio.  Los cuestionarios fueron hechos a 4 estudiantes del grado once escogidos al azar. El objetivo de las entrevistas fue que los estudiantes expresaran de manera escrita y directa las motivaciones, las frustraciones y las percepciones de la relevancia de las tareas.

Con el ejercicio de los cuestionarios se ha evidenciado aspectos muy significativos para entender el pensamiento y sentir de los estudiantes. El común denominador es falta de motivación para realizar tareas por fuera del aula de clase, para ellos es tiempo adicional que los mantiene conectados al aula de clase; la desconexión de las tareas con el conjunto de su proceso educativo es evidente; ven una falta de conexión con su vida real y cotidiana y sienten que no les ayuda a profundizar sino a robustecer su cumplimento mecánico para graduarse. 

Reflexiones y desafíos docentes

Las entrevistas han abierto un enorme interrogante en mi desarrollo como docente: ¿por qué los estudiantes no cuestionan a los profesores sobre el propósito de las tareas? ¿Qué señales debe enviar un docente para que los estudiantes se sientan con la confianza de cuestionar cualquier aspecto de la clase? ¿Por qué la forma escrita les da un mayor grado de confianza para criticar las tareas?

Todas estas preguntas traen consigo enormes desafíos para el cuerpo docente y ponen en entredicho la misma estructura curricular de la institución. Cuestionar las motivaciones de las tareas en mi clase me relaciona directamente con las tareas de mis colegas. La transdisciplinariedad de las tareas a menudo no existe, ya que no hay un espacio de diálogo para tratar estos puntos concretos. Además, los canales para la participación de los estudiantes en la base curricular de las asignaturas anuales tampoco parecen existir, por lo que se hace necesario construirlos.

El camino hacia la transformación

Empezar a transformar este estado de cosas trae desafíos enormes. Para la institución, el reto es construir un ambiente de responsabilidad en el estudiantado, quitando poco a poco la idea de que las tareas son un "relleno." El desafío principal es hacer que sean relevantes para su vida real y su futuro a corto o mediano plazo.

Con un buen proyecto de innovación educativa, el foco del proceso de aprendizaje se traslada poco a poco hacia el estudiante y se desconcentra del profesor. Darles buenas herramientas los empoderará y los hará partícipes activos de su proceso educativo. Su apatía puede ser transformada, y el cambio se reflejará no solo en el valor de sus notas, sino en su estado de ánimo y en su percepción del aprendizaje. Sin lugar a dudas, emprender estos cambios implicará una serie de retos. Un buen proyecto de innovación educativa debe desplazar el foco de atención en los resultados de las tareas para resolver un problema de raíz: la falta de significado.

El actor principal del proyecto, sin duda, son los estudiantes. Y aquí está, a su vez, el primer reto: ¿qué mecanismos se pueden crear para involucrarlos? El otro actor igual de importante son los docentes, cuya disponibilidad y disposición para probar nuevas metodologías será fundamental y afectará directamente los resultados del proyecto.

Sin el apoyo de los directivos tampoco se pueden pensar los cambios. Su permiso y, sobre todo, su respaldo institucional para discutir aspectos curriculares y estructurales es fundamental. El apoyo de los padres de familia también es importante, ya que las tareas están relacionadas directamente con espacios y dinámicas en el hogar. Ellos también deben ser informados sobre el proyecto.

Finalmente, los recursos no humanos son de vital importancia. La adecuación de aulas para trabajar en grupo, los recursos didácticos y tecnológicos (como la utilización de software) son clave para lograr la transformación.

Principales hallazgos y pasos a seguir.

Uno de los mayores y más relevantes hallazgos es la rigidez estructural del currículo, que afecta tanto a directivos como a docentes. La no participación del estudiantado en el diseño curricular también es un hallazgo importante, lo que ayuda a explicar la falta de motivación de los estudiantes. Su apatía no es una reacción personal, sino la respuesta a un sistema que no se conecta con su vida práctica o cotidiana.

Sería interesante socializar todos estos hallazgos con el cuerpo docente y los directivos inicialmente. Poner en el centro de la discusión el sentir de los estudiantes y hacer un ejercicio para que se "pongan en los zapatos del estudiante" es un paso crucial. Una vez sensibilizados, será viable conseguir aliados para continuar con el proyecto. Con un equipo de trabajo, se podrá empezar a implementar un plan piloto para iniciar la innovación


Una aproximación a la arqueología de mis emociones


Por: Jaider Espinosa Valencia, estudiante en la Maestria de Innovación Educativa 

Hace poco, en una actividad de “dirección de grupo”, mis estudiantes de grado décimo se cuestionaron, ante la demora para iniciar los ensayos, la falta de autoridad para que todos se organizaran rápidamente. Un par de ellos, muy tranquilamente y de manera disimulada, me dijeron: “profe, grítelos para que se organicen rápido”. Yo, que jamás he pensado en utilizar esas “formas”, les dije de manera casi automática: “No creo que eso pase”. Y opté por decirles tranquilamente que me colaboraran con la puesta en marcha de la actividad.

Reflexionando sobre esta y otras situaciones parecidas, me cuestioné: ¿cómo o desde cuándo actúo de esta manera? Supongo que todo se remonta a mi niñez, cuando mi madre (más que mi padre) casi que me permitía desbaratar todo lo que se pudiera en la casa. “Es un niño”, repetía ella cuando yo dañaba algo. Era la única que lo veía así, mis hermanos y la gente en general me miraban de manera extraña. Mi mamá cerraba todo malentendido diciendo: “cuándo será que le puedo comprar algo al niño para que él arme y desarme lo que quiera”. Y todos miraban al cielo en una clara señal de desaprobación.

Gasté buena parte de mi infancia desbaratando hasta los balines de las balineras. Mi relación con el mundo y lo que hacían otros niños no me sorprendía. Me crié con una tranquilidad rara, adoptando la paciencia de mi madre para mi mundo infantil. En el fondo, las caídas de mis amigos, sus travesuras o las pocas burlas que recibí no alteraban de manera significativa mi estado de ánimo.

Eso tuvo que servirme en el colegio. No recuerdo haber provocado una pelea. Hoy, de hecho, pienso que no sé pelear ni lo que significa “pararse a los golpes”. Reflexionando, creo que uno de los deportes que menos me llama la atención es el boxeo.

Aunque tuve profesores muy rigurosos en secundaria, quienes eran pacientes y enseñaban muy bien, fui uno de los estudiantes del colegio “Veinte de Julio” que más llamados de atención recibió. 

Al final los resultados académicos llegaron. Al terminar grado once, recibí mis resultados para ingresar a la universidad. Me fue muy mal en las pruebas. Mi puntaje de ICFES no me sirvió ni para ingresar a prestar servicio militar (es una broma). En mi casa no se hablaba de universidad ni de pregrado; mis papás sólo hicieron la primaria, y los únicos que me hablaban de eso eran mis profesores.

Yo no le presté mucha atención a los resultados y me “regalé” a prestar servicio militar, que es otra historia llena de paciencia. Pero durante un año, varios de mis profesores de secundaria insistieron para que me preparara de nuevo. Llegaron incluso a proponerme que me regalaban la inscripción para el examen. ¡Hoy no sé muy bien qué veían en mí! Pero lograron convencerme. Lo presenté de nuevo y subí cien puntos.

Tarde, y de nuevo gracias a mis profesores, tomé la decisión de inscribirme en la universidad. En los exámenes de ingreso me fue bien y terminé estudiando Política. En la universidad volví a nacer, fue como regresar a la posibilidad de desbaratarlo todo, pero esta vez con un propósito. La universidad pública me permitió hacer muchas cosas: conocí diversidad de personas, de todos los estratos sociales; conté con excelentes profesores; me enamoré, en resumidas cuentas, de la academia, pero a mi manera, a la manera de mi madre.

En la universidad pasé por la representación estudiantil, conocí muchas otras universidades como vocero de una parte de los estudiantes, debatí y marché durante toda mi carrera. No fui un estudiante académicamente ejemplar, pero aprendí mucho. Me siento orgulloso de ser egresado de la Universidad del Valle, tranquilo por haberla defendido y agradecido por la calidad de compañeros y profesores que conocí.

Hoy, siento que el ser paciente me dio muchas herramientas. Me ayudó a asimilar de la mejor manera mi carrera de Ciencias Políticas. ¿Pueden imaginar un politólogo con poca paciencia en un debate? El mundo sería otro si existieran más personas con un alto nivel de paciencia.

Cuando algunos estudiantes me piden que grite, mi respuesta no surge de una tranquilidad inexplicable. He aprendido que la autoridad a largo plazo se gana, no se impone a la fuerza o con gritos. A mis estudiantes solo puedo ofrecerles lo que mi madre y la vida me han enseñado: nada más y nada menos

Reflexiones.  

La reflexión que propone Mauricio García Villegas me ha llevado a pensar sobre mi propia historia de vida, a mirar el mundo, pero de mi cerebro hacia adentro. De adulto, uno tiene la sensación de ser la suma de muchas cosas, pero esta idea de mirar las emociones fue y es algo nuevo para mí. Uno cree que entiende las emociones que ha vivido, o las que están incrustadas en el presente, pero yo desconocía las huellas permanentes que dejan para siempre en el alma.

Hay un elemento indiscutible sobre "las emociones" que he aprendido durante este ejercicio, y está directamente relacionado con la educación: la práctica determina muchas cosas. Mi madre decía y hacía muchas cosas que, a su vez, me ayudaron a entender el mundo y a actuar de cierta manera. Las emociones se sienten de manera consciente o inconsciente, de forma inmediata o a largo plazo.

Mi experiencia personal puede contribuir a la comprensión de los procesos de educación emocional en la escuela porque parte de vivencias reales y creíbles para la comunidad educativa. En las reuniones de padres, con colegas y en los espacios con los estudiantes, se pueden construir conversaciones donde se mezclan muchos elementos que no son mágicos, sino que se van tomando o heredando de persona a persona, de generación en generación. Y es en ese espacio donde se pueden cultivar ciertas cosas, algunas personalidades y algunas emociones necesarias para un mundo más tranquilo.


El aprendizaje no memorístico es una charlatanería

 


Filósofo, pedagogo y maestro de escuela jubilado, Gregorio Luri sigue recorriendo colegios por España y el extranjero para tomar el pulso real a la educación. Tras ‘La escuela no es un parque de atracciones’ y 'En busca del tiempo en que vivimos', el profesor vuelve a las librerías con 'Prohibido repetir' (editorial Rosamerón), un ensayo donde sentencia que nunca ha habido más pedagogos, ni más facultades de Educación, ni más presencia de la educación en la prensa, pero la calidad del sistema educativo sigue sin estar garantizada. Para revertir la situación y salvar la escuela, Luri pide “estrategias pedagógicas rigurosas, maestros bien formados y currículos que se tomen en serio la importancia del saber”. ¿Cómo? Para empezar, dejando atrás el auge de las emociones en las aulas y recuperando el conocimiento puro.

Admite que los profesores han perdido autoridad. ¿Por qué?

Cuando yo iba a la escuela nadie dudaba de que lo que aprendía era esencial. Si no ibas a la escuela se notaba. Hoy el conocimiento ha perdido centralidad, ahora está en lo afectivo, lo emotivo. El maestro no puede ser representante de un equilibrio emocional. El maestro debería saber perfectamente cómo enseñar y cómo aprender a sumar. Ahora bien, cómo ser feliz y cómo tener equilibrio emocional...

Critica que en las aulas esté disminuyendo la trasmisión del conocimiento y aumentando el learning by doing (aprender haciendo).

Eso lo defiende la OCDE desde hace años. Esta organización asegura que el maestro no puede ser representante del saber porque el saber cambia. Lo que tiene que ser, según ellos, es un acompañante del niño para que este construya sus propios saberes. Me parece una aberración. El conocimiento ha perdido autoridad. Los conocimientos cambian, dicen. No es cierto. Las matemáticas no cambian. Tener un conocimiento sobre historia o geografía no cambia. Napoleón va a estar siguiendo ahí. Fíjate si esto lo aplicamos al médico y se convierte en un acompañante de tu salud.

En Finlandia, Suecia, Estonia y Francia las cosas tampoco están yendo bien, aunque, en su día, algunos de ellos fueron países idolatrados por su sistema educativo. ¿Estamos ante un problema global?

En educación, hay dos temas que me preocupan especialmente. Uno es el hecho de que las familias cada vez dedican más recursos a la educación paralela. Es decir, clases particulares. Son conscientes de que con la escuela no es suficiente: lo mismo pasa en EEUU y Europa. Es un factor de desigualdad terrible. El otro aspecto que me preocupa es que, hace años, la docencia era uno de los trabajos más dignos y reconocidos. Ahora vemos que faltan profesores. Aquí y en Finlandia. No hay manera de encontrar profesores de matemáticas. Insisto, hemos jugado frívolamente a convertir la escuela en un espacio donde el sentimiento ha ocupado el lugar del conocimiento.

¿Pero no es un avance que los niños reciban psicoeducación?

No me gustan las escuelas en las que los niños escriben cada día sus emociones. Como dices, tener nociones de psicología está muy bien, igual que hacer caso a las emociones. Pero ¿acaso no sabíamos hacerlo cuando no existía la educación emocional de manera tan explícita?

Creo que no, honestamente.

Hay sobrecarga de emociones en las escuelas. Es importante saber relacionarte y controlar los impulsos. Pero poner a los niños en círculo el lunes a primera hora y preguntarles qué problema se han encontrado este fin de semana en casa me parece denunciable. Me parece denunciable que en las aulas se esté constantemente pensando en el sentimiento y en la manifestación de las emociones. ¿Quieres educación emocional? Pues vamos a garantizar las horas de sueño de los niños. Eso sí que es esencial. Lo mismo con el ejercicio físico, que es la mejor terapia contra los males del alma.

La comunidad científica lleva tiempo reclamando una dimensión socioafectiva de las matemáticas, que consiste en hacer que la asignatura no genere pánico.

Totalmente de acuerdo, pero eso se llama didáctica de las matemáticas. Los profesores asisten ahora a formaciones como ‘La escuela que siente’, ‘Bailando con neuronas’ y ‘Constelaciones familiares’. Si miras los cursos de verano que se imparten en cualquier facultad, es más fácil encontrarte eso que clases rigurosas sobre didáctica de las matemáticas.

Volvamos la disciplina en las aulas. ¿Por qué es cada vez más complicada mantenerla?

La disciplina es una cuestión de justicia social. La exposición a un compañero disruptivo en una clase de 25 alumnos a lo largo de toda primaria reduce los aprendizajes globales en matemáticas y lengua. Es una cuestión de equidad y lo ves cuando vas a los coles. ¿Sabes una cosa? Fuck (a la mierda) el glamur pedagógico.

Hablando de glamur, recupera usted el plan Gary, una iniciativa estadounidense que apostó por una escuela creativa y feliz. No había pupitres sino bancos de trabajo. Tampoco lecciones sino proyectos. Y las aulas eran comunidades democráticas. Suena actual, pero ocurrió a principios del siglo XX. Fue un fracaso absoluto.

Rescato ese tema para dejar claro que es muy difícil innovar en educación. Podemos innovar en tecnología, pero en educación resulta muy complejo. Cualquier iniciativa que se autodenomine innovación educativa debería repasar la historia para comprobar si hubo en el pasado experiencias de ese tipo y tuvieron éxito o fracaso, como el plan Gary. En educación uno tiene la sensación de vivir en el día de la marmota.

¿Por qué no le gustan nada los divulgadores de la pedagogía?

Es que se oyen cosas terribles. Dicen que la memoria no importa, eso me duele. Lo del aprendizaje no memorístico es una charlatanería. En septiembre tengo una charla en un colegio de Madrid y he pedido a los asistentes que lleven un trozo de velcro.

¿Para qué?

El velcro es como el conocimiento, los nuevos conocimientos se te quedan pegados. Cuantos más conocimientos tengas asimilados más pegados se te quedan los nuevos. Si hay alguna pericia general para todos los saberes, es la de hincar los codos.


El Número de Biojó

 


Por: Jaider E. Valencia. 02/01/2025

Tuve la fortuna de quedar elegido en el sindicato de maestros de un pueblo muy conocido de Colombia, donde el calor es soportable y las noches, todas, son frías. Entré de último en esas elecciones, por residuo, pero valió la pena el ejercicio.

Era un profesor nuevo y enseñaba en el colegio público más grande de ese pueblo. El ambiente laboral era bueno y la vida académica, aún mejor. Adaptarme fue relativamente fácil, aunque aprender a vivir solo, lejos de la metrópolis, no creo que sea fácil para nadie.

Una tarde oscura y lluviosa, pasaba cerca de la sede sindical. Era normal que yo pasara por allí, porque en estos pueblos todo queda cerca y uno se dirige a pie a casi cualquier lugar. Pasé a saludar, pero en el mismo momento en que iba a tocar la puerta, escuché murmurar mi nombre desde el interior. Se escuchaba la voz del presidente del sindicato, no hablaba con nadie en particular, era una llamada telefónica. "Jiader, sí, Jiader", escuché.

Decidí chismosear, como en todo pueblo, acercándome a las ventanas, mientras ponía mi celular en modo silencioso, pues algo me decía que pronto me llamaría. Un rayo cayó en ese momento y tuve que ponerme la mano en la boca para evitar ser visto. El presidente finalizó la llamada e inmediatamente escuché el sonido de las teclas marcando un número.

Por el sonido de las teclas, identifiqué mi número (recuerdo cuando existían los teléfonos públicos de cabinas huevudas, uno descolgaba la bocina, rápidamente acercaba el auricular al celular, marcaba un número y salía la llamada mágicamente). Tuve que retirarme, voltear la esquina y sentarme en el parque Bolívar, ubicado a la vuelta de la sede sindical. Al segundo intento de llamada, contesté:

—Hola, Jiader, ¿vos le diste tu teléfono recientemente a una señora que tenía un problema por allá en Cali?

—A varias —le respondí.

— ¿Una señora con un problema?

—Todas a las que les di mi número tenían problemas —repliqué.

—Me acaba de llamar un abogado, diciendo que la señora está perdida desde ayer. Encontraron el celular esta madrugada en el parque Bolívar y, al momento de inspeccionarlo, tiene registradas dos últimas llamadas: una tuya y la última de un señor consignado como “Benkos Biojó”.

—Uy, compañero, ¿cómo así? —le dije, con tono de preocupación—. 

—Ya voy para allá, estoy en mi casa, ahora que escampé, arrimo. ¿Vos estás en tu casa?

—No —me dijo—. Estoy en el sindicato. 

Rápidamente abordé un taxi para mi casa, pues, adicional al afán que tal suceso me provocó, también me hallaba empapado. Y, la verdad, también un poco asustado (En este pueblo cuando se anda de afán, se aborda un "motoratón", ellos te cobran la mitad del valor de un taxi). A los 3, 43 minutos llegué a mi casa, que queda en la esquina del colegio donde trabajo. Sé que había recorrido ese tiempo exacto no solo por el reloj último modelo que me había regalado el abuelito Vergara de Cali, sino porque desde que conocí a Javier, un profe de matemáticas del colegio, adopté la manía de dar medidas exactas cuando se trata de dar un número. Confieso que únicamente agarré ese vicio porque yo jamás saldría como loco a jugar el chance cada vez que por casualidad digo un número “bonito”.

Ya en la casa calenté agua, pues hacía mucho frío, me duché y salí lo más rápido que pude. Cuando cerré la puerta, el señor del taxi aún seguía afuera. Lo miré, le hice señas para saber si estaba libre, me confirmó y me subí.

—Qué bueno que no se había ido —le manifesté.

—En este pueblo los milagros existen —dijo.

Antes de contarle mis afanes a Don Iván, un señor que recientemente se había comprado ese taxi cuando logró la pensión entregando su vida a la universidad, con voz desilusionada me dijo:

—Anda desaparecida una señora muy conocida en este pueblo. No aparece por ningún lado, nadie la ha visto, como si se la hubiera tragado la tierra. Tengo mucho miedo de que, bajo este nuevo gobierno, volvamos a las décadas de 1980, cuando se perdía la gente cada ocho días, los domingos después de las 11:47 de la noche, en la avenida junto a la variante.

—No diga eso, Don Iván, le dije. Y evité contarle mis preocupaciones.

Llegando al sindicato, exactamente en el parque Bolívar, luego de haber transcurrido 3,40 minutos desde la casa, sonó mi celular. Contesté a la segunda llamada:

—Oiga, Jiader, vengase rápido, que aquí llegó el abogado de la señora, que necesita hablar con usted. Era el presidente.

—Ya voy, dame tres minutos y medio —le dije.

Ya había escampado, pero había neblina y hacía un frío terrible. Me bajé en la esquina, me fui lentamente y llegué de nuevo a las ventanas a escuchar todo antes de entrar.

— ¡Ustedes tienen que responder! —decía el abogado con tono subido.

— ¿Pero responder por qué cosa? —interrumpía el presidente.

—Porque el último lugar donde estuvo fue en el sindicato, y la última llamada que tiene registrada es del secretario de prensa, el señor Jiader. ¡Él tiene que responder!

Escuché de nuevo el sonido de las teclas del celular: 3 1 0 75685 80. El presidente había cogido su celular para llamarme. Me fui de nuevo hacia el parque, y en la segunda llamada le respondí. Eran las 2:43 p.m., lo sabía por el reloj y por Javier.

— ¿Aló? —contesté.

—Oiga, hermano, este señor está acá con el cuento de que tenemos que responderle.

—Dígale, le dije, que se venga para el parque, no lo atendamos en el sindicato. Dígale que el problema es conmigo.

Rápidamente se acercó a mí un señor por ahí de 1 metro con 71 centímetros de estatura, tenía la camisa por dentro, es decir que ya pasaba de los 50 años de edad, estaba bien motilado y tenía cara de abogado. Me dijo un nombre todo raro, le entendí: Guaidó, Guaidó López. Me mostró la pantalla de su celular, un Samsung M55, con la cara de una profesora muy simpática.

— ¿La conoce? —me preguntó.

—No —le respondí.

— ¿Por qué esta señora tiene marcado el número de su celular el día de ayer a las 10:45 de la mañana? —me preguntó mirándome rayado.

—Ayer estuve atendiendo en el sindicato a mucha gente, debe ser que ella lo anotó porque me lo pidió.

—Ella está desaparecida. Su esposo, el señor Miguel (un tumaqueño recién llegado a este pueblo), está muy preocupado por ella. Y el penúltimo número que registra en el celular que encontramos en este parque es el suyo.

— ¿Penúltimo? —le dije sorprendido. Lo interrumpí—. ¿Y cuál es el último?

Sacó una agenda, buscó desesperadamente mientras decía en voz baja:

—Eso qué le importa, señor.

—Biojó —dijo con más angustia que desesperación.

Yo le hice señales con la mano para que me esperara mientras le señalaba mi celular con la otra mano. Empecé a buscar por la "B", letra "B", pero no encontré nada. Escribí en el buscador de contactos la palabra “Biojó”. Me apareció en la agenda del celular: Univalle Benkos Biojó.

El abogado se dio cuenta, porque aquí en este pueblo la gente pone un cuidado espantoso de las cosas que pasan alrededor mientras hay una conversación.

— ¿Usted conoce a ese señor? —me dijo el abogado.

— ¿Por qué lo tiene en sus contactos? —dijo con rabia.

—Cálmese, señor López —le dije. Ese señor estudió conmigo en la universidad dos años, tres meses y cinco días en la misma carrera.

— ¿Y qué pasó? —replicó.

—Se retiró, pero cuando llegué a trabajar a este pueblo, me enteré por redes sociales que se había ido para Tumaco.

— ¿Y qué más? —preguntaba angustiado López.

—Allá lo metieron a la cárcel porque fue a fastidiar a una novia que tuvo en la infancia. La molestó tanto que ella lo demandó, y lo hizo meter preso. Luego cayó en desgracia y, para ganarse la vida, aprendió santería y vudú.

Asustado y visiblemente molesto, el abogado mirando al cielo, exclamó negando con su cabeza: "Ay Yemayá", mientras guardaba su celular.

—Este asunto cada vez se pone más raro. ¿Por qué su número estaba en el teléfono de la señora? Yo creo, estoy seguro, de que usted sabe lo que está pasando aquí.

Respiré hondo, sabiendo que debía manifestar lo que pensaba, aunque no quería hacerlo. Miré al abogado, di un paso atrás, respiré profundo:

—La señora Henao —dije, con voz baja—, creo que tenía una relación secreta, muy oculta. Ella es amante de Biojó, el hombre que usted mencionó. Ellos dos son de Tumaco, al igual que el esposo.

El abogado frunció el ceño, confundido, pero yo seguí hablando.

—Cuando Henao vino al sindicato aquel día, fue una coincidencia que ese número terminara en su teléfono. Ella lo vio por casualidad, porque recuerde que en este pueblo todo el mundo está pendiente de todo, y lo guardó en su memoria y luego lo anotó en su celular.

—Me preocupa que lo que Miguel, su esposo, no sabe, es que Henao y Biojó continuaron su relación en secreto, a pesar de que ella se casó con él.

El abogado se quedó en silencio, procesando mis palabras. Y finalmente, exclamó:

— ¿O sea que ella sabía que usted de pronto tenía ese teléfono porque lo había visto a usted en redes sociales con Biojó y debía encontrar la manera de poder sacarle ese número?

—Sí, Henao, al sospechar que yo podía tener su número en mi celular, aprovechó y, mientras yo acomodaba algunos contactos en la agenda telefónica, lo memorizó cuando pasé por la letra "U": Univalle Benkos Biojó.

—Eso quiere decir que cuando se fue, cuando “desapareció”, no fue un accidente ni un escape. Fue un plan, un plan orquestado por Biojó. Creo que con sus conocimientos en santería y vudú, él la hizo desaparecer de este pueblo. Es probable que, a través de un ritual, la haya hecho aparecer en Tumaco.

El abogado parpadeó incrédulo.

— ¿Entonces…? —murmuró.

—Ella no se fue, ni fue secuestrada. Estoy seguro de que Henao está con él, en Tumaco. El ritual probablemente la transportó a Tumaco.

Lo miré una última vez.

—Pienso que Miguel nunca lo supo, pero esa es la verdad. Si quiere, le dije, llamemos a Biojó ya.

El abogado miró hacia el horizonte, como si quisiera comprobar si el mundo seguía siendo el mismo. Pero finalmente, con voz baja, como si ya hubiese aceptado la terrible revelación, me dijo:

—Listo, llámelo, pero yo ya no sé qué creer. Si esto es cierto, lo único que me queda claro es que este pueblo guarda más secretos de los que imaginamos.


UNA INVITACION

 


Martes, 21 Nov. 2023

Ya que, según me doy cuenta, prefiere las formalidades, permítame dirigirme respetuosamente y cordialmente, con el único objetivo de expresarle mi más genuina gratitud.



La presente es para agradecerle sinceramente su apoyo significativo a mi experiencia educativa,  donde pude ver reflejada la vocación de un docente que disfruta el potencial de sus estudiantes.



Agradezco inconmensurablemente su disposición a la hora de persuadirme a participar en aquellas salidas pedagógicas, las cuales fueron ese empujón y último impulso para decidirme por la educación superior. 



También tengo en cuenta la confianza que ha depositado en mí,  ni hablar del valor e importancia que le otorgó a mi participación durante sus clases. 



Puedo agradecer de igual forma sus enseñanzas, y es que el concepto y objetivo de la economía nunca me será olvidado;  pude aprender y al mismo tiempo criticar en sus clases,  gracias por incentivar esos pensamientos. 



Con todo respeto,  una sugerencia (ojalá me haga caso). Para personas como yo, a las que les gusta escribir, es necesario tiempo para redactar, es por eso que sugiero humildemente que no corte nuestra inspiración y permita un poco más de tiempo. 



Con respecto a lo anterior,  cuando se nos priva de inspiración por el corto tiempo,  tendemos a sentirnos insatisfechos,  al menos permítanos sentir menos inconformidad con nuestro trabajo,  regalando unos 8 o 10 minutos más. 



Créame que tal vez hará la diferencia,  sobre todo para la gente que como yo, no lidiamos muy bien bajo presión.  Por todo lo anterior y más,  permítanos a mí y a otros compañeros,  tener el gusto de verlo el día de nuestra graduación,  esperamos contar con su asistencia. 



Atentamente: 

 Sara Viviana Castro. 

Carlos Gaviria Díaz "Camino de la Patria (POEMA)