Los rodillones



Por: María Elvira Bonilla
SI ALGO QUEDA CLARO DE LOS WIKIleaks, capítulo Colombia, que ha publicado y continuará haciendo este diario, es que la abyección de frente al Imperio es una enfermedad generalizada que comienza por los más altos representantes de todas las ramas del poder.

A la embajada norteamericana pasaban a rendir cuentas, a dar explicaciones, a pedir benevolencias y consideraciones, a realizar comunicaciones informales off the record sobre muchas decisiones antes de ser tomadas o hacerse públicas, expresidentes, congresistas, magistrados, funcionarios alto nivel del Palacio de Nariño y generales del Ejército y la Policía. El embajador de entonces, William Wood —el nombre que ha aparecido por el momento como remitente de los memorandos, pero seguramente aparecerá también William Brownfield—, escuchaba, tomaba nota, despedía con cortesía a los visitantes para de inmediato proceder a informar al Departamento de Estado la minucia de cada reunión. Si grababa o no aún no se sabe, lo cierto es que las comillas abundan en los informes.

La información que aparece revela una dinámica de comportamiento penosa por parte de los dirigentes colombianos. “Sapería” e hipocresía para lograr los beneplácitos del poderoso, en este caso los Estados Unidos, y para quedar bien no dudaron en inculparse unos a otros. El telón de fondo son los protagonistas del conflicto colombiano: guerrilla, paramilitares, narcotraficantes y delincuentes de todas las raleas.

La lista de los visitantes del búnker gringo es larga, amén de los encuentros sociales en la residencia del embajador que originaron los memorandos al departamento de Estado que recién se conocen gracias a Wikileaks. Por allí pasaron el general Naranjo, asiduo visitante, con su propia versión de los hechos aun en contravía de la oficial; el consejero presidencial de las comunicaciones Jorge Mario Eastman confesando la desconfianza gubernamental frente a Álvaro Leyva al tiempo que, de dientes para afuera, aprovechaban sus buenos oficios para buscar acercamientos con las Farc; el comisionado Luis Carlos Restrepo dando explicaciones de sus actos —que algunos de éstos, asociados a las desmovilizaciones, empiezan a ser cuestionados—; estuvo también por allí el expresidente César Gaviria refiriéndose con desparpajo al condenado Mario Uribe y la influencia paramilitar en sus listas al Congreso, al tiempo que buscaba abiertamente ganar indulgencias y aplausos gringos por sus esfuerzos, como director del Partido Liberal, por depurar de la influencia paramilitar las listas al Congreso.

Además de los contenidos, algunas veces incluso banales, lo que más impresiona es la actitud de los dirigentes criollos. Un comportamiento de rodillones, que ya es histórico. Vale recordar el famoso I took Panama del presidente Theodore Roosevelt, cuando Colombia perdió, sin chistar, a Panamá, o el voto de Colombia apoyando la invasión a Irak, para mencionar sólo uno de los actos de servilismo que marcó la relación Uribe-Bush, que agradeció con un par de invitaciones a su rancho de Texas.

Como todo comportamiento arrodillado, el trato de quien detenta el poder no es de respeto sino de humillación y desprecio. Les somos funcionales pero no merecemos ni siquiera ser considerados en la agenda de visita a Latinoamérica del presidente Obama. Una diplomacia de bolsillo, desigual y abusiva, que sin duda nos merecemos. Ese es el trato que les gusta a nuestros dirigentes. ¡Qué vergüenza!

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