Imperialismo moderno y sangriento



Félix Manzur Jattin


Estados Unidos de Norteamérica forjó desde los inicios de la gran nación un imperio comercial, militar y expansionista. Sus grandes capitales con sus cuantiosos impuestos hicieron un Estado multimillonario y derrochador. Estos capitalistas monopolistas aportaron un nuevo elemento al agresivo expansionismo de Estados Unidos. Antes, los esclavistas sureños soñaban con conquistar a México, América Central y las islas del Caribe para crear un nuevo imperio esclavista como el de Roma. Los ricos mercaderes del naciente Estados Unidos soñaban con un imperio comercial en que buques cañoneros abrían las 'puertas' de países distantes como Japón y China para enriquecerse con el 'libre comercio'.
Pero estos nuevos capitalistas monopolistas tenían una nueva visión. Soñaban con un imperio colonial organizado en torno a la producción capitalista y al comercio, en el que podían saquear nuevas materias primas y explotar ejércitos de obreros de países distantes. Estos eran los imperialistas modernos, con una visión capitalista de imperio.
Para la década de 1890, a esos capitalistas monopolistas les entró una urgencia casi frenética: sus contrapartes de las potencias europeas se estaban repartiendo las colonias y esferas de influencia del mundo; Inglaterra, la mayor potencia del mundo, se jactaba de que "el sol jamás se pone en el imperio británico"; en la conferencia de Berlín de 1884-1885, las potencias europeas se repartieron con alevosía a África y sus pueblos, incluidas vastas extensiones dentro de África que los europeos jamás habían visto.
Estados Unidos ya había importado su propia nación oprimida interna para fines de explotación con el secuestro de millones de africanos y su esclavitud en una amplia zona de tierras agrícolas, desde Maryland hasta el delta del Misisipí.
Cuando los capitalistas norteños reestructuraron la sociedad tras la guerra de Secesión, volvieron a forjar una alianza con los esclavistas sureños. En 1877, se volvió a imponer a la fuerza el sistema de plantaciones del Sur sobre los negros. Entre 1889 y 1903, dos afroamericanos fueron linchados, en promedio, cada semana: ahorcados, quemados vivos, mutilados.
Así y todo, después de saquear el continente durante más de un siglo, los gobernantes estadounidenses no estaban satisfechos. Ante las maniobras de sus rivales europeos, la lógica capitalista de "expandirse o morir" los impulsó a poner los cimientos para un imperio global. Aunque no pudo meter mano en el reparto de África, Estados Unidos rivalizó con las potencias europeas en América Latina, la cuenca del Pacífico y China, y también agarró las colonias del tambaleante imperio español.
El senador Henry Cabot Lodge expresó la urgencia que se apoderó de su clase en la última década del siglo pasado: "Las grandes naciones están absorbiendo rápidamente, en pos de su futura expansión y su actual defensa, todos los lugares olvidados del mundo. Es un movimiento que está abriendo paso a la civilización y al realce de la raza. Como una de las grandes naciones del mundo, Estados Unidos no debe quedar al margen del curso de los acontecimientos".

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