Despotismo iLustrado

Pintado en la Pared No. 29

Son días decisivos en Colombia, son días de elegir presidente del país. Las últimas encuestas indican –al momento de escribir esto- que el profesor Antanas Mockus, representante del Partido Verde, supera en la intención de voto al más seguro continuador del régimen del presidente Álvaro Uribe Vélez (2002-2010), quien fuera hasta hace poco su ministro de Defensa: Juan Manuel Santos. El uribismo dejó un legado difícil de sacudir: autoritarismo, arbitrariedad, un estilo público arrogante y pendenciero, irrespetuoso de los demás poderes propios de un régimen de democracia representativa. Escándalos de corrupción; relaciones sinuosas con el paramilitarismo; poca voluntad para ejercer una verdadera política de reparación de aquellos que han sido víctimas de expropiación violenta de sus tierras; estigmatización sobre aquellos que ejercieron oposición, así esa oposición haya sido débil y vacilante; una cadena de violaciones de derechos humanos; el desmoronamiento del ya golpeado sistema de seguridad social; la ansiedad de implantar un modelo mercantil en la educación pública. Algunos triunfos pírricos sobre una legendaria guerrilla pueden ser exhibidos; algunas zonas del país podemos visitarlas tranquilamente los fines de semana. Pero esos logros han tenido costos internacionales e internos; malas relaciones con los países vecinos, asesinatos indiscriminados de gentes inermes que luego eran exhibidas como miembros de la guerrilla (“falsos positivos”); la interceptación ilegal de las comunicaciones telefónicas (“chuzadas”); acoso sistemático a la Corte Suprema de Justicia.

La prolongación del modelo uribista parece garantizada por el miembro de una familia muy acostumbrada a las delicias del poder, propietaria de importantes medios de comunicación. Sin embargo, se atravesó el ascenso vertiginoso e inesperado del candidato Antanas Mockus. Hijo de inmigrantes lituanos, Mockus es un político salido de los claustros universitarios, exrector de la Universidad Nacional de Colombia y exalcalde de Bogotá; tiene a su favor un aura de honestidad irreprochable en la vida pública, y tiene en su contra antecedentes autoritarios y neoliberales. En la Universidad Nacional hizo reformas académicas y económicas; en la alcaldía de Bogotá expandió un modelo de cultura ciudadana y lleva algunos años intentando consolidar un nuevo partido político. Su incapacidad verbal es espantosa y no concuerda con sus antecedentes de un hombre estudioso de la “teoría de la acción comunicativa” del filósofo Jurgen Habermas. Apegado a un didactismo que desconcierta y con frecuencia ofende; sus comportamientos estrambóticos –alguna vez se vistió de Superman- y su argumentación confusa evocan una versión sofisticada de Cantinflas; aun así, parece augurar un estilo de ejercicio del poder menos perverso y arbitrario. Podemos suponer que el profesor Mockus -un señor que camina como un niño- se concentre en enseñarnos mejores modales ciudadanos, mayor respeto a la pluralidad cultural y política del país, mayor aprecio por los métodos basados en la legalidad. Lo único claro y rotundo que ha dicho es que le va a apostar más a la “legalidad democrática” y al fortalecimiento del aparato de justicia.

La inclinación por Mockus señala el cansancio y hasta la decepción de ocho años que, en el balance, dejan pocas cosas para recordar con alegría y gratitud. Pero parece más fuerte el simple deseo colectivo de evitar la figura del candidato Santos. Los colombianos votamos emocionalmente. La gente votará más por fatiga del material que por tener al frente una gran ilusión; más por la revancha que significa rechazar a un político inescrupuloso que por las certezas que brinda el oponente. Una muestra de esa ascendente y casi ciega emoción colectiva es lo poco que hemos indagado y conocido acerca de las propuestas de los candidatos presidenciales en el plano económico; qué nos dicen acerca de la reforma laboral o del futuro de las universidades públicas; cómo vamos a salir del callejón de la debacle del sistema de salud. En estos temas, el candidato del Partido Verde ha sido, precisamente, el expositor menos brillante en los últimos debates. Además, ha dado pruebas, muy paradójicas, de no interesarle mucho los asuntos ecológicos y ha exhibido ignorancias elementales durante los debates en televisión.

El triunfo de Mockus sería otro de esos extraños fenómenos mediáticos, de expansión de una ola de comunicación virtual que difunde una imagen cándida de un personaje; lo que deseamos que alguien sea pero que no lo es. Al profesor Mockus puede abonársele que no lograría ser tan perverso como lo que hemos conocido en los últimos ocho años. Algunos concluyen que es preferible descansar de tanto uribismo montado a caballo, de tanto despotismo ramplón y que, al menos, pasemos la página de nuestra triste historia reciente aceptando una dosis de otro despotismo, un despotismo ilustrado, elegante, con bicicletas, cuadros sinópticos, dibujitos en el aire y contabilidad minuciosa que se avizora con el ciudadano colombo-lituano cuyo historial privado y público es muy pintoresco.

Como dijo un eminente periodista, tendremos que escoger entre la peste y el cólera. No se nos ha ocurrido mirar un poco hacia la izquierda; la claridad y agudeza del candidato Gustavo Petro, del Polo Democrático, por ejemplo, ha conmovido a muy pocos. Despreciar el lado izquierdo fue algo que nos enseñó, de manera despiadada, nuestro padre Álvaro Uribe Vélez. Y nosotros, los colombianos, seguimos siendo unos niños muy obedientes.

http://www.youtube.com/user/jaider909#p/a/u/0/oDHZszCjO-Y

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