Por Julio Cesar Londoño
Estoy cerrando un ciclo del
taller que dirijo en Comfandi. Estudiamos los géneros periodísticos, recordamos
esa ingeniosa definición anónima: “El periodismo es el minutero de la
historia”, y nos detuvimos en la crónica, “Un cuento que es verdad”, Gabo dixit.
Estudiamos
el ensayo de divulgación, que nos permite conocer la línea gruesa de lo que
pasa en el críptico mundo de la ciencia dura: genoma, partícula divina,
inteligencia artificial, etc. Estudiamos el cuento, quizá el origen de todo, de
la conversación alrededor de la fogata, de la historia y el mito, del trueque y
el romance. Con el cuento empieza la ficción, es decir, el alma social. Bien
vistos, Los dioses, la patria, el dinero y las marcas son ficciones, es decir,
cuentos. Muy buenos cuentos. En el taller nos ocupamos de estas ficciones
soberbias y de otras más humildes, como las de Sherezada, Poe, Rulfo, Philip K.
Dick y José Zuleta.
Estudiamos
al patito feo, la crítica literaria, “un género condenado al fracaso porque
pretende medir lo inmedible”, según la definición de mi alumno Óscar Obando.
Así será, Óscar, pero debes reconocer que la crítica tiene el encanto de las
empresas perdidas y nos permite conversar con extraterrestres oblicuos, como
Aristóteles, Borges, Valery, G. Steiner y W. Ospina, entre otros fulanos.
Tuvimos visitas ilustres, como la del cuentista Humberto Jarrín,
que nos enseñó los secretos del origen de la fábula; la poeta venezolana
Betsimar Sepúlveda, quien aseguró impávida que “De la nervadura abierta de la
luz, cae un pájaro herido de cielo”, que “… la tierra sabe que de pájaros y
poetas se amasa la hostia en el hambre de Dios”, y lamentó el día en que “las
piedras dejaron de ser puentes para ser muros”; de la mano del psiquiatra y
escritor Carlos Miranda perseguimos la conciencia en los recovecos del cerebro,
debajo de la oliva inferior; y el arquitecto Benjamín Barney, que sostuvo con
ecuaciones alabeadas el peso de volúmenes de piedra, viento y luz.
Los alumnos, por su parte, hicieron la tarea. Daniela Henao fue invitada al encuentro de poetas en Roldanillo y publicada en la revista francesa Pluralis. Adriana Hoyos publicó el ensayo Representaciones de las mujeres en el arte colombiano 1868-1910 en la revista de Ciencias Sociales de Icesi, y recibió el Premio Curaduría 50 años del Museo de Arte Contemporáneo de Bogotá. Dos cuentos de Lisardo Suárez fueron finalistas en el Premio de relato Gandalf de la Sociedad Tolkien Española y en el Certamen Mundial de Excelencia Literaria M. P. Literary Edition. Andrés Rojas Mera escribió, para la Universidad Autónoma, la biografía Cecilia Montalvo, una colombiana ejemplar. Haciendo de tripas corazón, Alejandro García publicó Cuando te gustaban las cosas, un libro sobre el suicidio de su hija. Con el sello mejicano Cangrejo Editores, Florencia Buenaventura publicó Mujeres de Macondo, noticias frescas y serigrafías de Úrsula, Petra Cotes, Rebeca, Remedios, Amaranta, Fernanda del Carpio y otras locas de esa espléndida galería.
En
enero inauguro un nuevo ciclo, volveremos a tratar de medir el infinito, a
buscar nuevas maneras de nombrar el agua y la sal, la ternura y la envidia; a
debatir los problemas de la aldea y del mundo, y a erigir barricadas de
palabras, de frágiles y eternas palabras, ante el avance de los bárbaros.
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