La Serenidad Política

 



Por: Jaider Espinosa, estudiante de la Maestría en Innovación Educativa. Universidad ICESI

Recuerdo que mi casa siempre se reducía a una habitación. Mi madre, desde muy pequeño, me enseñó a entender que "esa" casa no era nuestra. Justificaba los comportamientos extraños del señor de la habitación del lado, contándome que era un campesino que había llegado a la ciudad, que había conseguido un trabajo rápido de vigilante nocturno y que, en las tardes, se dedicaba a descansar. Ese era el motivo por el cual "mi" tío solía salir al baño con un machete colgado en la cintura. "Mijo, juegue, pero tenga cuidado de no hacer ruido," me decía.

En mi "casa" vivían mi papá, dos hermanas y mi hermanito el menor. Recuerdo que ellas llegaban al mediodía con unas mochilas grandes, con unas faldas a cuadros degradados, y se dedicaban derechito a las labores del hogar. Nunca tuvimos una sala o un comedor donde reunirnos a comer. Mis hermanas siempre nos servían primero a mi hermano y a mí. No sé si no alcanzaban los platos, pero no tengo en mi memoria a la familia Espinosa almorzando o comiendo juntos en algún momento.

Yo estudiaba, pero mis hermanas me hacían las tareas: planas, recortes de papel, sumas y restas. Nunca supe quién era el señor que me llevaba en una bicicleta a la escuela. Pero el día que un carro le pasó por encima y murió, mi mamá lloró como nunca la había visto llorar. Después de su muerte se acabaron los pandebonitos calientes con los que a veces desayunábamos. Mi madre, sin embargo, los reemplazó rápidamente por arepas. "Mijo, venga, ¿no le gustaría mirar cómo se hacen las arepas?" Yo accedía gustoso, aunque pensándolo bien no recuerdo que me haya dicho que alguna me quedó bien hecha.

Mi papá nunca estuvo en la casa. Supongo que trabajaba muy duro para poder garantizar el estudio de mis hermanas y el mío. Algunos fines de semana, caracterizados porque mi otra tía encendía la emisora de música todo el día, ya muy entrada la noche, mamá nos acostaba temprano cuando se daba cuenta de que papá no llegaría. Siempre se acostaba conmigo mientras me relataba historietas de su abuela o su madre (hoy no sé por qué mi madre utilizaba los dos conceptos indiscriminadamente). Siempre hacía énfasis en que vivía en una finca, que la mamá la quería mucho y que el frío en las madrugadas le provocaba ir muchas veces al baño, un baño que en realidad estaba en una parte abierta de la finca.

Una vez, mamá pegó un grito desgarrador mientras yo estaba desbaratando un juguete. Salí corriendo guiándome por la dirección del grito. Estaba en el patio llorando del susto porque un gusano de mil colores había llegado al tendedero de la ropa sin saber cómo ni por qué. Ese día mamá me contó las razones por las cuales le tenía miedo a los gusanos: en una de las salidas desesperadas al baño en la finca, mientras descargaba los fríos propios del cuerpo, un gusano peludo se le subió por las piernas. Allí su vida cambió. Los gusanos le producen miedo y fobia, así sean de caucho.

Hoy mi mamá continúa contando historias de su abuela-mamá. Para todo tipo de situaciones tiene un relato que transmitir: para las alegrías, para las tristezas, para las rabias, para entender los errores, o para justificar su voto por Petro. Creo, sin pensarlo mucho, que el afecto, la calma y el gozo los aprendí de mamá, y que ellos moldearon mi decisión de estudiar Ciencia Política y gozarme pacientemente mi profesión de profesor.

1 comentarios:

Anónimo

Felicitaciones mi amigo por este escrito y éxitos en esta profesión tan linda.
Diego Vergara

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