
Ministra Campo: Sergio Fernández sabe leer. Leyó de punta a punta el proyecto de ley que el Gobierno retiró del Congreso y está al corriente (de 110, como le gusta al más locuaz de nuestros exvicepresidentes) de todos los detalles. Es la una de la tarde del día en que los representantes de la Mesa Amplia Nacional Estudiantil (MANE) levantarán el paro y Fernández comparte ‘corrientazo’ (no de 110: de ACPM) con Juan Sebastián López, su mano derecha y especie de “yo me llamo George Harrison”.
Almuerzan a un par de cuadras de la oficina de Silvia Rugeles, penalista, exfuncionaria judicial interesada en grabarles un puñado de declaraciones para una investigación que está coordinando sobre movimientos sociales. Fernández, politólogo comprometido en un posgrado de derecho, pasó por la filosofía en la Javeriana y estuvo a un pelo de prestar servicio militar. Es el representante de los estudiantes de posgrado al consejo académico de la Universidad Nacional y tiene un rollo verbal bien armado, pero que admite coloquiales concesiones: “La ministra se encontró con una generación que no esperaba: creyó que éramos unos habla mierda”.
Entre bocado y bocado, desmenuza la sepultada iniciativa educativa del gobierno y vas más allá: le mete TLC al arroz, la carne, la papa y el maduro, porque su proyecto de maestría se titula “Educación superior y TLC”. Cuando termine la maestría será profesor de la Nacional. No quiere dejar la universidad. Camino al despacho de la doctora Rugeles, a pocas cuadras de la carrera 13, revela que Calle 13 vendrá a Colombia, que los tienen “de un cacho” y que ofrecerán un par de presentaciones donde repetirán las muestras de cariño al movimiento estudiantil que vimos todos en la ceremonia de los Grammy latinos.
Rugeles prende cámara y les hace un par de preguntas a Fernández y López. Cada respuesta dura lo que dura el discurso más corto de Fidel Castro, pero hay argumentos sólidos y pirotecnia de buena factura. El secreto: tener convicciones firmes… y haberse devorado Dialéctica erística o el arte de tener razón, de Schopenhauer, que a Fernández le gusta más que un partido del Manchester United: “Léaselo, no pasa de cincuenta paginitas”. Son 38 trucos dialécticos que nos recuerdan al Maquiavelo, al J. J. Rendón que todos, incluidos los estudiantes, llevamos dentro.
A una hora de la rueda de prensa donde anunciará que “se suspende pero no se levanta el paro” (¿Schopenhauer?), Fernández se le mide a un ejercicio del que nadie sale bien librado: determinar los límites de la MANE. Sucede que la Mesa es todo y más: “Un bebé recién nacido, en agosto, que ya le dio una trompada a Santos y a su ley”. Le pertenece a la MANE el logro de reunir a la media docena de organizaciones estudiantiles de carácter nacional que existen, pero amalgama cientos de uniones de caracteres muy disímiles. Es una voz preñada de voces, “un referente de unidad política para la pelea, pero deberá convertirse en gremio; creamos la MANE porque ninguna organización era lo suficientemente fuerte para lograr lo que queríamos”.
Arranca la rueda. Turnándose las palabras y sirviéndose cada uno una tajada de la torta a la hora de contestar las preguntas de la prensa, los voceros de la MANE dan cuenta del comunicado que acabó y no acabó con el paro. Fernández sale para reunión en la Nacional con la Organización Colombiana de Estudiantes (OCE), de la que él hace parte y que a su vez engrosa la Mesa. Se despide de López y, para lo que resta del día, hereda las tareas de asistente incondicional una mujer menuda, sin asomo de maquillaje y armada de la suficiente paciencia como para compartir la vida con un tipo que pasa las tres cuartas partes del día pegado a uno de los dos teléfonos que no suelta ni para ir al baño.
Lina Salazar, la novia de Fernández, es una fisioterapeuta a punto de arrancar especialización y es la representante del consejo superior estudiantil del Rosario. Le ayuda a organizar papeles, le llena las botellas de agua cuando el verbo las agota, se encarga de que no le falta una vaselina roja que él (¡y ella!) se aplica en los labios obsesivamente y mantiene una curiosa bitácora: cada vez que él habla en público o da una entrevista, ella va armando dos columnas; una para las cosas que cree le salieron bien y otra para las que no fueron tan afortunadas. Los padres de Lina trabajan en un ministerio, pero no le ven mayor misterio a que ella sea voz de queja y pareja de otra voz de queja.
Ella y su novio dejan entrever en sus conversaciones que la reforma a la educación es apenas el primer apetito de los estudiantes. Creen que están llamados, y ese puede ser su gran talón de Aquiles, a meterle el hombro a una agenda que, sin duda, se cruza con la salud, lo laboral y hasta la paz. Los muchachos caminan, pero tienen ganas de correr. “De la fortaleza que tenga la MANE —comenta Fernández— dependerá que prosperen las movilizaciones del semestre entrante”. No da más detalles.
La tarde se cierra con una invitación al programa El ventilador, de Cablenoticias, que se hace a unos pasos del set de La barbería, de William Calderón, donde una cabeza sin cuerpo de Álvaro Uribe se acompaña de postales con la imagen de Fernando Londoño, fotos de Rojas Pinilla y una calcomanía del Divino Niño. El Divino Niño llega: Simón Gaviria también está invitado y compartirá panel con Fernández y un representante de los javerianos. Fernandezhauer aprovecha el programa para clavar una banderilla a quienes señalan las posibles “filtraciones” en el movimiento: “¡Cómo pedir que no nos infiltren si a Santos, siendo mindefensa, le infiltraron el DAS, la Policía, el Congreso y le marcaron los goles de los falsos positivos!”.
Acaba el día de actividad de Fernández, que tiene suspendido (¿o levantado?) el semestre para poder atender sus compromisos de líder estudiantil. Se acostará a las once y se levantará con el sol para seguir en la brega. Él y sus compañeros de protesta callejera y académica tienen un par de cosas gruesas en remojo. Ya habrá tiempo para que el país se sumerja en ellas. La mecha está encendida.

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