Diciembre de noche y en la madrugada



Las luces mostraban las imágenes traídas de otra parte del país, conocida por sus carnavales de negros y blancos, las ventas informales mostraban un notorio crecimiento del rebusque de la capital de la salsa y sus alrededores, eran fechas de velitas, y la gente se disponía a darle rienda suelta a su instinto animal. 

Había que comer, varios de los conocidos decidieron no hacerlo, otros, como yo, nos decidimos tan sólo por un sándwich. Fue mejor dejarlos ubicados con sus cervezas porque los cubanos estaban a una cuadra de allí.  Cuando llegué había en el interior del establecimiento gente un poco diferente a la que usualmente se veía por el bulevar del rio. Gente, creo yo, con ganas de sentarse o simplemente comer cosas que no fueran de la calle. Había extranjeros, extrañados porque las aceitunas en Colombia no configuraban una necesidad básica de nuestra dieta decembrina. 

La chica que al parecer quería pedir un sándwich se le escuchaba un tono argentino, extrañamente estaba sola y lucía una falda tipo gitana descaderada. “Estaba” más bien delgada y al parecer ignoraba que todo cliente que se para frente a caja lo hacía para indicar su pedido. Yo, con muchas ganas de parecer cortés, ordené orientando la voz hacia el cajero por encima de ella, él al recibir mi pedido, se quedó con los dedos en la caja esperando la otra orden. “¿Usted no viene con ella?” Yo contesté con la cabeza, con un estilo argentino que me sorprendió. 

El cajero que me atendió también empezó a preparar mi sándwich. “¿Lo quiere tostado?” “Claro”, le dije. Sus movimientos eran mecánicos, cogió el pan y de un sólo zarpazo lo atravesó y en menos de dos minutos ya estaba sonando el pito del horno microondas. Su labor terminó ahí. Sus movimientos fríos y mecanismos los cerró con broche de oro: “se corre por favor, continúe a la derecha”, y señaló con la boca como es típico en Colombia. 

Mientras yo buscaba como loco los jalapeños, escuchaba al fondo como la argentina ordenaba simplemente una ensalada. El muchacho mecánicamente le explicaba las opciones. Yo tenía mucha hambre, pues en horas de la tarde mi mamá había cancelado la cocción de los frijoles de los viernes por “una culicagadita” llamada Renata. 

No pedí nada de tomar, pues llevaba una cerveza en la mano con la que desprevenidamente resulté. Las mesas del centro estaban llenas y en todas se veía más de dos personas sentadas. En un rincón, junto a una familia, había una mesa solita justo para destapar el sándwich, hacerle una picadita y devolverme hacia bulevar. 

Cuando decidí violar la ética y comerme un bocado de sándwich con jalapeño, sonó el teléfono. Ya saben ustedes cuál fue la sensación. Pero contesté, alguien en el bulevar quería un sándwich, de los mismos “míos” pero  más pequeño. Accedí hacer el favor porque nadie más que yo sabe qué es estar sin el almuerzo un viernes en la noche de un diciembre y en vacaciones.  

De regreso crucé la calle con una alegre tranquilidad, pues no había carros, la gente había cerrado la calle y los autos no interrumpían el tránsito de personas.  Yo llegué justo a tiempo. El sándwich cayó como manjar de dioses, aunque debo confesar, que a las mazorcas asadas, que abundan en cada esquina, no les gana nadie. Allí se continuaron pidiendo un par de cervezas más. Ellas, al aire libre, con la brisa de Buenaventura, la salsa brava y la tranquilidad de no estar pensando en las competencias significativas del trabajo, arrojan una mezcla cercana a la felicidad pura. 

Todo terminó como todo buen parche sano en Cali. Votando entre ir a rematar a la Pergola o a Malamaña. Dos sitios con géneros un poco diferentes pero en el que se goza un poco más que en El más allá. A pesar de que en esos sectores ya no te reciben como en otrora: agradecidos con la visita y con ojos brillosos por “llevar clientes nuevos”. Los sitios siguen siendo calurosos y sólo ves carelocos gozándose el ambiente caleño con una confianza que  rememora sitios como Barahúnda y la vieja Topa Tolondra. 

La rumba sirvió para celebrar también la vida, a la chica más juiciosa y bonita le llegaron sus cumpleaños esa noche.  ¡Qué más sabroso que empezar la madrugada de tus cumpleaños bailando “Vente Negra” en Cali con unas buenas cervezas  y un par de tequilas encima! Cantar y bailar es definitivamente un placer casi sexual, por eso la gente a veces cierra los ojos y sube tanto la voz. 

Cuando llegó la policía a las 3:09 am, la gente estaba decidida a dar más… Nosotros la verdad estábamos cansados. Yo particularmente llevaba sin hacer mi pasito gozón por lo menos desde la pasada pandemia (y la práctica del ciclismo desarrolla son otros músculos) En La Malamaña al parecer también el tiempo les cogió desprevenidamente, la música y las luces se detuvieron de sopetón. “Por favor nos colaboran con la salida”, clamaba el Dj por el micrófono. 

En toda la salida estaban las timbas, las congas, las maracas y las campanas tratando de revivir lo que se conoció como la famosa Calle del Pecaó. Yo me sabia el coro entonado porque en pleno 28ª el oriente de Cali lo había vuelto famoso: “¡Los tombos son unos hps vaya, vaya!”. Sin embargo y aprovechando que sólo estábamos a 10 de diciembre, la policía amenazó con llevarse un par de ellos por impedir la circulación de los carros que había junto al sitio. Yo me pasé con los socios para la otra cuadra para intentar abordar algún tipo de transporte. 

Todos nos despedimos con cierta sonrisa en el rostro, sabiendo que pronto volveríamos a tener una nueva cita en el mismo sitio. Los conductores de taxis y uber observaban como gallinazos sus futuros clientes. “Debemos abordar dos carros”, sentenció la matemática del grupo. Y así se hizo. Dos recorridos, el mío implicaba ir hasta el sur y luego devolverme por La Simón Bolívar para “dejar” dos pasajeras exclusivas. 

Luego de los besos y abrazos en el sur, en el recorrido mi celular no dejaba de recibir mensajes. Las preocupaciones eran por la pasajera que se quedó sola en el sur y unos mensajes con imágenes que se asomaban. La muy vivida felicidad, al pasar por una preocupación arribada a las 4 am, se va guardando ya en recuerdos que sólo una felicidad mayor en un futuro debería recuperar y revivir.

En una de las imágenes recibidas estaba Renata, una bebe dinosaurio que había vuelto al mundo con homínidos que ahora no nacen plenamente desarrollados. No se le veía llorando, a lo sumo un poco de sangre a su alrededor, de las pocas que produce felicidad pero por su creación. “La vacunaron y tampoco lloró”, exclamó la nueva abuela. Para mi nació con cara de loquita, lo que indicaba que tenía los genes de la familia. ¡Renata, la más loquita de la familia!

Nadie sabe que va a pasar con la vida de Renata pero su tío espera que, primero, pueda leer esta nota y, segundo, descifre los verdaderos intereses de Byung Chul Han. (Risas)

Espero sinceramente que sea deportista como la mamá o la abuela o la tatarabuela. (Más risas) o que sea trabajadora como el tío Jefrey o desorganizada como el abuelo Miro. O inteligente como yo. 

El último mensaje de mi whatapp fue para avisarme que una chica muy querida había fallecido. Mientras yo cerraba los ojos y gritaba por lo bonito de la vida a las 2: 35 am, un muchacho, hijo de una mamá como la mía, despedía y agradecía a su madre por haberle dado tantas enseñanzas y haberlo acompañado por tanto tiempo. “Espero en otra vida tenerte nuevamente como mi mamá”, escribía muy triste Manuel. 

Murió “la prima”, como mi mamá le decía cariñosamente. El hijo luchó, luchó y luchó por su mamá. Nunca dudo incluso en volverse donante vivo para intentar salvarle la vida a su madre. ¡Gracias Manuel por esa compañía ejemplar! 

Yo recuerdo mucho a Manuel, porque la última vez que los vi, había en su casa una mesa llena de libros y su mamá me sorprendió con sus posiciones políticas y la lucidez de la que gozaba. Sin embargo, la verdad verdadera es que lo conozco más indirectamente porque es mi madre la que me habla de él y de la prima. 

Chao prima. Esta carta la escribí pensando en ti.  


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