Una droga llamada fútbol *


Demetrio Arabia.

(…) Si viera Karl Marx, quien conceptuó que la religión es el opio del pueblo, a buen seguro diría que el fútbol es el narcotráfico de las multitudes. Y es que nadie sabe cuál es el alucinógeno que tiene este deporte, capaz de convertir al hombre un salvaje, y dependiendo de un resultado, amansarlo con tal euforia, que hasta Catalina Minola, la fierecilla domada de Shakespeare, podría llevar cencerro de todo un rebaño en un campo de fútbol. 

Tanto embrujo tiene el futbol que uno puede cambiar de esposa, de carro, de trabajo, de sexo, de religión, de nacionalidad pero no puede desprenderse de un equipo amado. Ni de vainas, ¡imposible! Y es que nadie sabe ni siquiera como se inocula. 

Lo cierto es que así como el que nace para estropajo  no sale del fregadero, así también el fútbol, cuando nace para matera, no pasa del corredor. Así es el fútbol, un misterioso y apasionante deporte, con tanto imán que se convierte en un embrujo capaz de crear mayor adición que las drogas. Esto, llámenlo locura, perturbación, o bipolaridad, es ahora un enorme gancho para arrastrar multitudes sin que nadie pueda predecir los comportamientos de quienes lo disfrutan o utilizan para fines loables o miserables. 

Y ahí radica el riesgo, porque descifrar el comportamiento de los amantes del fútbol es tan complejo como el mismo tinglado que se ha montado en torno a su truculencia. No nos engañemos, pero no se hagan los vende-jabones quienes manejan un deporte con más de 204 países practicantes –más que la ONU– y que mueven escandalosas millonadas, donde todo se convierte en turbios negocios que a la postre, desembocan en componendas entre jugadores, periodistas, técnicos, árbitros, gobernantes, apostadores y tahúres. Y no trato de criticar a la FIFA –que esta más caída que teta de gitana- sino de escarbar sobre el peligro latente de un espectáculo de masas, que no solo se ha convertido en un problema social, sino que hizo metástasis ante la incapacidad para “contener las turbas”. Es tal el despelote en Colombia que la Dimayor ya no sabe qué hacer con unas barras –algunas infectadas de criminales- que pasaron a convertirse en autoridad no solo dentro de los estadios, sino fuera de ellos. (Que destrocen los buses, que ingresen armas y drogas no es nuevo pero que exijan identificación en las calles y no permitan el acceso de cedulados de otra ciudad, raya con el nadir de los despropósitos).

Publicado por  El País.com

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