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Por Jaider Espinosa Valencia. Docente Ciencias Sociales, Ansermanuevo 17 febrero.

Cuando llegué a Anserma, un calor particular se metió en mis pulmones. Su clima era brevemente más elevado que el de Cali. Llegué con una colchoneta y todos los libros de mi biblioteca. No traje nada básicamente porque nada tenía. Yo no sabía cocinar, escasamente había “abandonado” la casa de mi mamá y nunca había cogido una escoba. Hoy, después de casi 5 años, rememoro esa llegada y los desenlaces que llenaron la vida. 

Como no tenía nevera, debía consumir los alimentos que me empacaba mi mamá en un corto tiempo. ¿Pueden imaginar la alegría que me dio cuando la profesora Ines se ofreció a guardarme “lo que necesitara” en su nevera? Le dije “gracias” con ojos brillantes casi de enamorado. Mis desayunos cambiaron, también los almuerzos y por fin podía tomar bebidas recién saliditas de la nevera (solía buscar “venta de hielo” en las casas del pueblo)

La ropa la transportaba cada 8 días para la lavadora de mi mamá en Cali. Salir corriendo un viernes para Transnovita a abordar la buseta para Cartago con severenda  maleta no tiene precio. Recuerdo que las campanas de la iglesia sonaban siempre a las doce en punto y mis madrazos a las 12:30.  Nunca le vayan a preguntar a la profesora Karen cómo salí una vez que se me daño la maleta. 

Lo que más extrañaba de Cali eran los frijoles de mi mamá. Una vez vi unos en el parque central de Anserma. Olían y físicamente se parecían a los de mi casa. Salí con una “coca” con el único propósito de conseguir una porción. Ya servidos por un precio de 1.000 pesos, la señora muy amablemente me preguntó: “¿le va a echar grasa?”. Yo siempre había visto a mi mamá que servía los frijoles y luego les echaba un guiso. Me imagine que era eso. Dije sí. La señora sacó un cucharon de grasa, una mezcla de albóndiga con empanada y salchichón y, pum, se llamaban frijoles. 

Cuando llegó Felipe a vivir a mi casa, mi soledad cambió considerablemente. Él había sido Boyscout como yo, entonces dije entre mí: “con este socio voy a salir a conocer este pueblo”. Efectivamente salimos a caminar casi todas las noches. Empezamos dándole 2 vueltas a la cancha del polideportivo. Más adelante él subiría a 15, yo me estancaría en 10. Fuimos flacos y jóvenes alguna vez, aunque hoy no lo parezca. Luego compramos estufa, nevera y barríamos la sala y lavábamos el baño cada 8 días. Fue con Felipe y el profesor Gabriel con quienes conseguí todas las claves del wifi de “los bares” del parque. La táctica se hizo necesaria, pues “alcaldía gratis” se saturaba. 

Como la casa que arrendé era tan grande, mientras más pasaba el tiempo más  profesores fueron arribando. El profesor Gabriel, la profe Karen de Pereira, Diana Elisabeth y hasta la novia de Pipe llegaron a la casa. No se sabía dónde hacía más calor, si afuera o adentro de la casa. El techo estaba fabricado con madera al parecer traída por Robledo en 1539. El polvo en la calle era tanto que había que tener las ventanas cerradas siempre. Y la bulla era tan “deliciosa” los domingos que yo particularmente terminé añorando más el ruido que producían las campanas de la iglesia cada hora.

En el trabajo todo marchó con normalidad (A pesar de que por razones del servicio me tocó enseñar las operaciones básicas entre los números enteros e irracionales. Fui profesor de matemáticas) Me asignaron un escritorio en un rincón de la sala de profesores (que hoy no existe) Allí mismo en horas de la tarde se ubicaba Lucelly, una profesora muy dedicada y entregada a la democracia como las que más. Por esas cosas del destino la vida nos terminó cruzando. Las inclinaciones políticas de Lucelly sumadas a sus posiciones a favor de los maestros son, hasta la actualidad, detalles dignos de admirar. Hace poco lloré con ella por teléfono cuando tuvo una recaída familiar. Espero saldar algún día todas las discusiones (y un almuerzo) que quedaron pendientes.

El ambiente laborar fue agradable. Alrededor mío un gran grupo de trabajo lleno de cualidades (de las que yo carecía), profesoras de danzas, de español, de química, de educación física, de religión, de matemáticas (ave y el gordito) Conocí profesores que podían medir los tríceps, que jugaban baloto con los estudiantes, que escuchaban salsa y hasta bailaban mejor que yo. La de religión nunca la olvidaré. Martha, siempre olía rico y solía tener una condición para saludarla: abrazarla duro. Con ella aprendí que cada buen abrazo puede significar un adiós para siempre. 

A César mi hermano, tendría que escribirle tres cartas más como esta, una para el bolsillo de la camisa, otra para la agenda y otra digital para el computador. Es obsesivamente ordenado. Tiene tanta buena energía que me saludaba de apretón de mano varias veces en el día. A veces lo miro y pienso: ¿Por qué me quiere tanto? ¿Por qué lo quiero tanto? A él y su esposa Lina todos los buenos deseos del mundo. Gracias por esa sopita de pescado que siempre quise aprender a preparar. En sus hijos la humanidad seguirá teniendo esperanzas. Serán como una luz necesaria.  

Con los directivos del colegio las relaciones fueron una gran contradicción. Yo, un estudiante de política graduado de la Universidad del Valle con los libros de Foucault y su panóptico en los colegios, vivía bastante prevenido. Yo sabía que la terminación en una discusión acalorada podría terminar siempre afirmando la relación Trabajador/Jefe que me unía a ellos.  Todas esas teorías me tocó revaluarlas el día que yo personalmente los invité a una protesta a la que estaba invitando el sindicato.  Ese día asistieron con la cabeza pero además sería la primera vez que iba a ver al rector en una marcha por el rescate de la Educación Pública. 

En esas marchas del sindicato conocí muchas personas. No recuerdo a cuántas marchas, mítines o reuniones fui. Pero cada que había algo del sindicato conocía gente. En casi todo el norte del Valle las historias eran las mismas. Todos los docentes siguen trabajando una vez terminada la jornada laboral. Ser maestro no se limita a las actividades en el aula. Los buenos docentes siempre están pensando en sus clases y en sus estudiantes, siempre. Fue en el sindicato que recordé mis años de representante estudiantil, esos años donde “queríamos alcanzar el cielo con las manos”. Allí, como en el pasado, fui elegido uno de delegados de los maestros de Anserma. Saqué el 49% de los votos. Varias veces les di las gracias por ese voto de confianza, no sobra de nuevo estas más grandes. 

A mi hermana Sandra Espinosa, deseo sinceramente que su Dios la siga acompañando. Es una compañera muy valiosa para el colegio, para los estudiantes, y sí ella se lo propone, también para los maestros (sindicalmente hablando) Gracias por no dejarme solo en el Semillero Estudiantil de Lectura Crítica. Admiraré siempre su entrega con toda su familia, particularmente con sus hijas. “Dios quiera” pueda yo agradecerle todo lo que hizo por mí. 

Con los trabajadores administrativos, biblioteca, pagador, aseadores, vigilantes y secretarias nunca me llevé mal. Siempre estaban trabajando, hasta en vacaciones. Respeto mucho su trabajo y sé que medio colegio funciona gracias a ellos. A Aleida gracias por los 20 favores que me hizo. A Gustavo gracias por el río, las tortugas y todas las prenóminas. A las chicas del restaurante, que en muchas ocasiones suplieron a mi mamá, muchas gracias. Fue un gusto conocerlas en el sentido literal de la palabra. 

¿Qué se puede decir de mis estudiantes? La verdad parece que la vida premia a pocos dejándonos escoger los hijos. Es una palabra muy grande y que jamás entenderé, pero deben saber que lo más parecido al “sentimiento de un hijo” son mis estudiantes. ¿Entenderán que sus triunfos académicos los sentí casi míos? Yo hasta hoy soy conciente que son varios los que me admiran. Ojalá cojan ese vicio de leer un poco de todo, les ofrezco la garantía que será lo único que les ayude a mantener los pies en la tierra pero sobre todo a no tragar entero. Gracias a los que tendieron su ayuda aquel día que tuve un problema. Los extrañaré.
A la gente del pueblo que me recibió y me conoció. Muchas gracias por su hospitalidad y sus buenos consejos. Anserma tiene un potencial gigante en lectura crítica. No solo por los resultados del ICFES sino porque sus gentes tienen ese don de expresarse y entender su contexto. Fueron mi segunda casa y yo ese hijo desobediente que sólo valoró lo mucho que le brindaron ese día que creció y se fue. Seguramente esta vida que asumí nos juntará de nuevo. De mi parte parto con los brazos abiertos y un pedazo de corazón en el techo blanco, del segundo piso, enseguida del salón de César. 

A las personas que nunca preguntaron por mi futuro. A aquellos que dude en incluir en esa “crítica sincera”. A esos que le cambiaron los ojos cuando yo esperaba un reflejo en ellos.  A aquellos que nunca se rieron sinceramente conmigo. A esos que me dejaron de hablar sin una explicación racional. A los que no me escucharon. Para ellos también un “GRACIAS”. El 99% de Anserma vivirá en mi cerebro, el resto solo en mi hígado. 



1 comentarios:

Unknown

Profe hbala con segura usted me puede hacer el favor de mandarme las fotos de lo que tengo que hacer y donde le mano las actividades

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