Nos queda el silencio



By: Santiago Gamboa*
Tras el golpe en el estómago que acabamos de recibir por la victoria del NO, ¿qué es lo que nos queda? Nos queda el silencio, nada más, y la vergüenza de haber creído que éramos más y mejores. Ahora tendremos que bajar la cabeza, derrotados, y regresar a nuestras pequeñas vidas, individuales, y enfrascarnos en ellas. Perdimos la oportunidad y ahora todo es incertidumbre. Como explicó Mario Mendoza en una entrevista: "Si el ejército, el gobierno y la guerrilla pudieron ponerse de acuerdo en La Habana, y nosotros, la sociedad civil, no, quiere decir que el problema somos nosotros, no ellos". Este es tal vez el punto clave: la violencia está en nosotros, pues ellos, el ejército y la guerrilla e incluso el gobierno rector de las acciones públicas, no son más que el reflejo de esa irritación que anida en la sociedad y que es mucho más grave de lo que se pensaba. Y lo único bueno del NO es que nos pone de frente a esta situación. No somos un país sino dos, distintos y enfrentados.

La casualidad quiso que yo haya estado toda la semana anterior en Seúl, viviendo de cerca ese hecho extraño y casi inverosímil de que un mismo país esté radicalmente dividido en dos. Corea del Norte y Corea del Sur. Los separa una ideología, claro, y en lo físico una frontera que es una trinchera de guerra a sólo 50 kilómetros de la capital. Pero ahora compruebo que Colombia es igual, también está cortada salvajemente en dos mitades, sólo que no hay una frontera terrestre que las separe sino un muro invisible en las cabezas. Porque con el NO no sólo gana ese país en el que Uribe hizo hasta lo imposible por vengarse de Santos y destruirle su pedestal (hasta que lo logró), sino que gana también esa otra Colombia oscura y homofóbica de la ideología de género, la del nacional catolicismo y el control de la moral, la de quienes salen a manifestarse para que otros no tengan los derechos que ellos sí tienen, y también, por qué no decirlo, la Colombia patriotera de Carlos Castaño que se sobrepuso a la otra, la que aún lamenta el asesinato de Jaime Garzón. Dos Colombias que se miran con recelo y desconfianza, cuyos héroes, además, se hicieron los de la vista gorda. ¿Alguien oyó decir algo a James o a Falcao o a Bacca sobre el plebiscito? ¿Es que no son colombianos también? El único deportista que habló en favor de la paz fue el gran Nairo Quintana, y por eso lo admiro aún más y se lo agradezco.

La incoherencia, de cualquier modo, es palpable. Santos ganó la reelección con el clarísimo mandato de llevar a término el proceso de paz con las FARC, y una vez que está hecho, hoy, una mayoría dice No, y otra mayoría silenciosa, la más grande de todas, ni siquiera se molestó en ir a votar, como si las consecuencias de este plebiscito fueran a vivirse en algún lejano anillo de Saturno. Y la abstención golpeó más al Sí, pues los resultados de Oscar Iván, en el 2014, estuvieron casi todos en el No, mientras que a Santos le fallaron por lo menos un millón y medio de sus votantes. Por lo demás, lo del domingo es inentendible fuera de Colombia, en donde, dicho sea de paso, pasamos de ser el país de moda a ser otra vez la misma nación esquizofrénica de siempre, que ahora todos perciben con inquietud, y que hace sentir vergüenza a quienes se la jugaron por ella, como los países garantes o la propia ONU. Sí, sólo nos queda el silencio.

*Tomado de EL País 

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